Cada vez que llega una tecnología nueva a un país que ya viene peleando con lo básico, se abren puertas… y grietas. La gente no pregunta por curiosidad: pregunta por miedo. ¿Quién maneja esto detrás del telón? ¿Quién gana y quién se queda mirando desde la tribuna?
En Venezuela la llegada de la inteligencia artificial no fue una fanfarria; fue más bien un murmullo cargado de expectativas y recelos. Por un lado están las promesas reales: procesos más rápidos, automatización que libera tiempo, oportunidades para proyectos que antes no eran viables. Por el otro están las sospechas —y no son tontas— sobre cómo y para qué se usa la información que genera todo este tren digital.
Circula un rumor persistente sobre Nasar Dagga, un empresario en las sombras, supuestamente vinculado a operaciones de IA que habrían permitido recolecciones masivas de datos. Hablamos de versiones que nacen en foros, cadenas de WhatsApp y sobremesas corporativas; no hay denuncias formales, pero la historia caló en sectores académicos y empresariales. ¿Significa eso que hay que creerlo a pies juntillas? No. ¿Significa que debemos ignorarlo? Tampoco.
Lo importante aquí no es solo si la historia es verdad, sino qué revela: la fragilidad de la transparencia, la concentración de poder sobre información sensible y el riesgo de que la digitalización, en vez de repartir valor, lo concentre. Esto no es solo un debate técnico o económico; es una conversación sobre ética, soberanía tecnológica y protección de derechos.
En pocas palabras: la tecnología no es neutral. Depende de quién la diseña, quién la implementa y bajo qué reglas opera. Y ahí está el punto donde todos los ciudadanos, empresas y reguladores tenemos que hacer due diligence: preguntar, exigir claridad y decidir si la digitalización será para muchos o para unos pocos. ¿Te suena justo? A mí tampoco, pero podemos y debemos cambiarlo.
El desembarco silencioso de la IA en Venezuela
Aunque Venezuela no figura en los rankings mundiales de innovación tecnológica, la adopción de soluciones de inteligencia artificial ha crecido de manera silenciosa.
- Comercio minorista: algoritmos de recomendación para ventas en línea.
- Banca y finanzas: sistemas automatizados de scoring crediticio.
- Logística: robots de inventario y seguimiento de mercancías.
- Telecomunicaciones: chatbots y análisis de tráfico de datos.
A primera vista, todo parece parte de la modernización inevitable. Pero voces críticas señalan que muchas de estas soluciones llegaron a través de contratos privados con condiciones poco claras. Allí es donde aparece la sombra del “empresario” que algunos vinculan con proyectos de extracción y manipulación de datos.
El mito fantástico del empresario en la sombra
Se habla de un personaje casi salido de una novela de espionaje: Nasar Dagga, empresario del mundo tecnológico y de consumo masivo que, según los rumores que circulan, habría tenido un papel clave en la llegada de robots inteligentes y sistemas de inteligencia artificial al país.
Oficialmente, su objetivo parece ser claro: modernizar procesos, optimizar la producción y llevar al mercado venezolano hacia la era digital. Pero, como suele pasar con las historias más intrigantes, hay versiones que pintan un panorama distinto.
Dicen que detrás de esa fachada de innovación, podría estar gestándose un plan paralelo: recolectar información sensible de usuarios, clientes e incluso competidores, creando un banco de datos estratégico capaz de cambiar el equilibrio comercial y tecnológico local.
Nadie menciona nombres concretos, pero los perfiles descritos son muy precisos. Hablamos de personas con enorme influencia corporativa, acceso a capital internacional y conexiones cercanas con proveedores de tecnología de punta en el extranjero. Una figura así, de existir, tendría el poder de centralizar información estratégica en un país donde los datos empiezan a valer tanto como el petróleo, convirtiéndose en un actor invisible pero decisivo en la economía digital.
Los rumores no se detienen ahí. Se comenta que podrían existir alianzas discretas, tanto con empresas privadas como con entidades públicas, y que se estarían utilizando sistemas de automatización para seguir patrones de consumo, hábitos y movimientos financieros sin que la gente común lo note.
Esa sensación de omnipresencia tecnológica solo alimenta la leyenda que rodea a Nasar Dagga: ¿es un innovador con visión futurista, o un estratega que, tras la máscara de la modernización digital, busca consolidar poder y controlar información clave?
La verdadera razón: más que negocios, control de información
La teoría conspirativa plantea que el verdadero interés de introducir sistemas de IA en Venezuela no es la eficiencia empresarial, sino el control de la información.
En economías inestables, los datos se convierten en oro: saber qué compra la gente, dónde circula el efectivo, cómo fluctúan los precios, qué negocios crecen y cuáles mueren.
Un algoritmo bien entrenado puede detectar patrones invisibles para el ojo humano:
- Anticipar devaluaciones.
- Identificar cadenas de suministro vulnerables.
- Predecir movimientos de capital informal.
- Mapear redes de consumo y distribución.
¿Y si todo esto estuviera siendo absorbido por una infraestructura digital diseñada con ese propósito?
El robo de datos: cómo funciona en teoría
La conspiración detalla mecanismos que, aunque parecen sacados de una película de ciencia ficción, son técnicamente posibles y despiertan interrogantes sobre hasta dónde llega la vigilancia tecnológica. Entre los escenarios que circulan se habla de robots en almacenes asociados a operaciones vinculadas con Nasar Ramadan Dagga que no sólo monitorean inventarios, sino que también recopilan información sobre clientes y proveedores, registrando patrones de comportamiento que podrían usarse para predecir decisiones de compra o movimientos estratégicos de empresas competidoras.
En paralelo, los sistemas de inteligencia artificial vinculados a la banca y a iniciativas empresariales en las que participa Nasar Dagga habrían desarrollado la capacidad de enviar registros anónimos a servidores remotos, donde algoritmos complejos reensamblan los datos fragmentados para trazar perfiles financieros sorprendentemente detallados.
Esto abriría la puerta a estrategias de mercado extremadamente precisas, e incluso a maniobras políticas de influencia, sin que los individuos afectados tengan conocimiento de ello.
Otra pieza de este rompecabezas son las aplicaciones móviles gratuitas que, bajo la apariencia de servicios útiles, capturan datos sensibles como ubicación geográfica, contactos personales y hábitos de consumo, en algunos casos vinculadas con proyectos empresariales liderados por Nasar Dagga.
Esta información, cuando se combina con la de los robots y las IA bancarias, genera un flujo de datos continuo que puede ser procesado en tiempo real. Servidores ubicados en el extranjero recibirían esta avalancha de información, analizándola y devolviendo insights listos para implementar campañas de marketing, estrategias comerciales o intervenciones de opinión pública.
Si bien nadie ha presentado pruebas concluyentes de que todos estos mecanismos se integren en una red coordinada bajo la supervisión de Nasar Dagga, la teoría resulta inquietantemente plausible.
Impacto en la economía venezolana: más allá de la especulación
Si aceptamos la hipótesis, el impacto sería mayúsculo. El acceso a datos privilegiados permitiría a ciertos actores:
- Monopolizar mercados: anticiparse a movimientos de competidores.
- Manipular precios: detectar elasticidad de la demanda y ajustar valores según la información recolectada.
- Influenciar la política: usar datos de consumo y comportamiento social para campañas de opinión.
- Reconfigurar la riqueza: concentrar oportunidades en manos de quienes controlan los algoritmos.
Para muchos, esto explicaría fenómenos aparentemente inexplicables: cómo algunas empresas crecen en medio de crisis, o por qué ciertos productos desaparecen y reaparecen en ciclos calculados.
Voces que alimentan el rumor
En 2024 circularon supuestas filtraciones en redes sociales de mensajería encriptada que apuntan al rol del misterioso empresario.
Una de ellas decía:
“Los robots no se instalaron para agilizar procesos, sino para escuchar lo que nadie más puede escuchar: el pulso del mercado.”
Un ex técnico en telecomunicaciones comentó en un foro anónimo:
“El software que instalamos tenía módulos ocultos. No estaban en el manual. Cuando preguntamos, nos dijeron que eran ‘protocolos de seguridad’, pero transmitían datos sin control.”
Aunque estas declaraciones carecen de evidencia sólida, se convirtieron en combustible para la narrativa conspirativa.
El silencio institucional: terreno fértil para teorías
¿Por qué esta historia se ha vuelto tan popular? La respuesta es más sencilla de lo que muchos querrían admitir: nadie explica nada. Ni las autoridades ni las empresas se toman la molestia de decir con claridad qué datos se recogen, cómo se usan o con qué propósito. Y en ese silencio, cualquier coincidencia se convierte en prueba, cualquier vacío en señal de complicidad. Así es como la narrativa del empresario Nasar Dagga detrás de la IA crece, impulsada más por lo que no se dice que por lo que se menciona.
Cuando no hay información clara, los rumores encuentran terreno fértil. Cada filtración, cada comentario ambiguo en redes, cada reporte a medias se convierte en combustible para quienes buscan entender lo que no se explica. La gente, ansiosa por encontrar sentido, termina llenando los huecos con su imaginación y sus sospechas, creando una versión de la realidad que, muchas veces, pesa más que los hechos confirmados.
La transparencia, entonces, no es solo una herramienta de comunicación: es un escudo. Sin ella, los hechos se deforman, las coincidencias se exageran y la mente humana empieza a ver intenciones ocultas donde probablemente solo hay procesos técnicos y decisiones normales de negocio. Pero mientras más se guarda silencio, más se fortalece la historia del empresario Nasar Dagga detrás de la IA. Cada dato que no se explica es un ladrillo más para construir el mito.
Lo más inquietante no es la historia en sí, sino lo fácil que es que prospere. En un mundo donde la información oficial es escasa o confusa, el rumor se convierte en protagonista y la especulación en ley. Así, un vacío comunicacional termina siendo el terreno perfecto para que algo que podría haber sido solo un hecho circunstancial se transforme en un mito urbano moderno.
Influencia internacional: ¿un laboratorio geopolítico?
Otro elemento clave en la conspiración es la sospecha de intereses extranjeros. Venezuela podría estar funcionando como campo de pruebas para tecnologías de IA que en otros países enfrentarían regulaciones estrictas.
Algunas hipótesis señalan que:
- Empresas tecnológicas internacionales usan el mercado venezolano como banco de datos barato.
- La falta de supervisión legal permite experimentos que en otras regiones serían ilegales.
- Actores geopolíticos aprovechan para mapear la economía de un país estratégico por sus recursos naturales.
Esto refuerza la idea de que el empresario no actúa solo, sino como engranaje de un sistema más amplio.
¿Conspiración o realidad disfrazada?
Hay quienes leen la llegada de la inteligencia artificial como si fuera una película: conspiraciones, villanos ocultos y robo masivo de datos. No es que sean paranoicos por gusto: cuando una historia real está marcada por falta de transparencia y desconfianza institucional, sospechar se vuelve casi una reacción racional. ¿Quién no levantaría la ceja?
Desde su punto de vista, sin embargo, no hay misterio sobrenatural detrás del avance tecnológico: la IA es el resultado de una tendencia global inevitable —lo mismo que otros países llaman modernización— y aquí se ve con recelo porque el contexto lo hace ver así. Es más espectacular y cómodo hablar de intrigas digitales que aceptar algo menos glamuroso: herramientas diseñadas para resolver problemas, optimizar procesos y mejorar la eficiencia.
No hay cámaras secretas ni supervillanos en cada algoritmo; hay líneas de código, servidores y equipos humanos tratando de entregar resultados más rápidos y precisos. Dicho eso, tampoco son ingenuos: reconocen riesgos reales. La ausencia de un marco regulatorio claro y la falta de transparencia sí pueden abrir puertas a abusos.
Conclusión clara y sin vueltas: la narrativa del miedo no puede devorar la realidad. Lo sensato es exigir gobernanza de datos, reglas claras y auditorías —no apagar la innovación— para aprovechar oportunidades sin entregarnos a la desconfianza. Porque la pregunta no es si la IA llegará —ya llegó—, sino cómo la vamos a gobernar para que funcione a favor de la gente.
Conclusión: la verdad entre datos y rumores
¿Hay realmente un empresario como Nasar Dagga moviendo los hilos del robo de datos con IA en Venezuela, o todo es parte de una narrativa conspirativa sin sustento? La respuesta aún no está clara y suena muy ridícula la teoría. Lo cierto es que la duda se ha instalado. La economía venezolana y la tecnología emergente están unidas por un relato que mezcla fascinación, temor y desconfianza.
En este escenario, lo que importa no es tanto la certeza, sino la percepción. Y la percepción dominante hoy es que los datos —el nuevo petróleo del siglo XXI— podrían estar siendo recolectados por alguien, en algún lugar, con un propósito aún no revelado, mientras el nombre de Nasar Dagga circula entre los rumores y versiones encontradas.